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EJEMPLO DE AMOR
Esta semana se celebra en los Estados Unidos el día de San Valentín o Día de los enamorados; una celebración que resalta la importancia del amor, cuyo origen se remonta al siglo III en Roma y la muerte de Valentín, que según se cree fue un sacerdote sentenciado por oficiar en secreto matrimonios de jóvenes enamorados.
Sea cual sea el origen comercial de este día, los cristianos tenemos un ejemplo de amor mayor e inigualable, “porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito…” (Juan 3:16) … un versículo tan representativo de la fe cristiana.
Mientras meditaba en esta celebración del amor y ponía la ropa a lavar, vi que el lavarropas tiene un ciclo de lavado “suave”, que generalmente usamos para esas prendas delicadas que cuidamos y no queremos que se dañen. Y pensé que, así como cuidamos la ropa, debemos cuidar nuestras relaciones interpersonales. Tal vez de todas las relaciones que mantenemos diariamente, la relación conyugal sea la más delicada de todas que debemos cuidar o quizás para algunos que ya no están casados se trate de la relación con sus hijos, padres, hermanos de sangre o incluso hermanos en la fe. Sea cual sea esa relación delicada para nosotros, deberíamos tratar a esa persona de una manera “suave y delicada” para no dañar la relación.
Sin embargo, como lo que se celebra el 14 de febrero es el Día de los enamorados, vamos a centrarnos en la relación conyugal que es la que más deberíamos cuidar, porque es el reflejo del amor de Cristo por la Iglesia.
Y así lo entendió el apóstol Pedro que escribió: “De igual manera, ustedes esposos, sean comprensivos en su vida conyugal, tratando cada uno a su esposa con respeto, ya que como mujer es más delicada, y ambos son herederos del grato don de la vida”
(1 Pedro 3:7, NVI).
En un aspecto más amplio de las relaciones interpersonales, el apóstol Pablo escribió: “Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes. No se ocupen sólo de sus propios intereses, sino también procuren interesarse en los demás” (Filipenses 2:3-4, NTV).
Si el consejo bíblico es ser humildes y considerar a los demás como mejores que nosotros mismos, no deberíamos hacer valer lo que decimos y opinamos como si fuera la última palabra. De modo que una manera práctica de edificar nuestro matrimonio es dejar de pensar solo en nosotros mismos y considerar la opinión de nuestro cónyuge.
En otro pasaje clave sobre el amor (1 Corintios 13:5) encontramos: “El amor… no es egoísta”. Pues bien, egoísmo versus sacrificio… todo un enigma. Los seres humanos somos egoístas por naturaleza. Aunque no nos consideremos egoístas, el egoísmo puede ser muy sutil. Muchas veces se presenta cuando evaluamos nuestra relación matrimonial por lo que recibimos de nuestro cónyuge, por lo que aporta a nuestra vida, por aquello que nos da y nos hace sentir bien. Sin embargo, aunque es obvio que todas esas cosas positivas nos enamoran, también es cierto que el amor florece solo con la madurez personal y relacional, que se alcanza a través del tiempo y las pruebas de la vida. Solo cuando buscamos nuestra realización en Cristo, “quien da plenitud a todas las cosas en todas partes con su presencia” (Efesios 1:23, NTV), podemos hacer sacrificios por nuestro cónyuge y amarlo/a abnegadamente sin egoísmo.
Finalmente, cuanto más meditemos en el amor de Cristo, más aprenderemos a amar a nuestro cónyuge tal como lo señala la carta del apóstol Pablo a los efesios: “Vivan una vida llena de amor, siguiendo el ejemplo de Cristo” (Efesios 5:2, NVI).
¡Sigue el ejemplo de amor de Cristo y tu relación conyugal florecerá!
Rosa Pugliese
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