EL SACERDOCIO DEL HOMBRE EN EL HOGAR

El sacerdocio del hombre en el hogar es un llamado divino. Así como el Señor escogió al pueblo de Israel para que fuera una nación de sacerdotes en medio de las demás naciones, también eligió al hombre para que ocupara un lugar central en la familia como el sacerdote de su hogar, guiando con amor, protegiendo con firmeza y orando con fe por su esposa e hijos.

Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1 Pedro 2:9-10).

El rol sacerdotal en la historia bíblica

Durante la época de los patriarcas (Abraham, Isaac y Jacob), el padre ejercía el sacerdocio familiar. Con la muerte del padre, la responsabilidad pasaba al hijo mayor. Más tarde, bajo la ley de Moisés, esta función fue transferida a la tribu de Leví, de la cual provenían los sacerdotes de Israel.

La ley recibida por Moisés en el monte Sinaí ordenaba que los padres instruyeran a sus hijos en el conocimiento de Dios y en sus mandamientos (ver Deuteronomio 4:9-13; 6:4-9). Ese mandato sigue vigente para los esposos y padres cristianos de hoy. El varón, como líder espiritual delegado por Dios, tiene el deber de asumir su rol sacerdotal y atender las necesidades espirituales de cada miembro de su familia.

Por lo tanto, Dios ha colocado al esposo y padre como sacerdote del hogar. Entre sus deberes sacerdotales se encuentran los siguientes:


Líder espiritual

El hombre está llamado a guiar a su hogar con amor genuino, nacido de un corazón que busca a Dios en oración y en la Palabra. Su anhelo debe ser que la bendición de Dios repose sobre su familia y que ésta sea, a su vez, bendición para otros:

“Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:3).


Protector

El sacerdote del hogar protege a su familia de peligros y malas influencias, marcando pautas que eviten sufrimientos innecesarios en el futuro. La Escritura muestra el triste ejemplo de Elí, un sacerdote que no supo proteger a los suyos:

“Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado” (1 Samuel 3:13).

Elí sabía que algo no estaba bien, pero no actuó. Esta escena nos invita a una seria reflexión: ¿ha habido momentos en los que, como esposo y padre, he visto algo malo en mi hogar, pero no hice nada para corregirlo o prevenir consecuencias peores?

Dios eligió al hombre para una de las tareas más trascendentes: dirigir su hogar. Una familia entera depende de su liderazgo. Cumplamos esa función con amor y bajo la guía del Espíritu Santo, porque el bienestar de nuestra esposa e hijos está en juego.


Proveedor

El hombre tiene la responsabilidad de proveer para su familia:

“Porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo” (1 Timoteo 5:8).

Aunque en la actualidad muchas veces ambos cónyuges trabajan fuera de casa para enfrentar el costo de vida, el principio bíblico permanece: como cabeza del hogar, el esposo debe llevar la responsabilidad principal. Cada pareja debe orar y organizar su vida laboral de manera que se respete el orden divino.


Intercesor

En el Antiguo Testamento, el sumo sacerdote representaba al pueblo delante de Dios. Sus decisiones espirituales afectaban la relación del pueblo con su Creador. Aarón, por ejemplo, llevaba en su pectoral los nombres de las doce tribus de Israel como símbolo de su ministerio de intercesión (ver Éxodo 28:29).

El Nuevo Testamento revela a Jesús como nuestro gran Intercesor. Él, sentado a la diestra del Padre, intercede continuamente por nosotros:

“Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Romanos 8:34).
“Más éste (Jesús), por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:24-25).

Así también, el hombre ha sido llamado a interceder por su esposa e hijos. Pocas expresiones del amor sacerdotal son tan poderosas como orar de manera constante y ferviente por ellos.


Un paralelo espiritual: el matrimonio como la Iglesia

El apóstol Pablo compara el matrimonio con la relación de Cristo con su Iglesia: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Efesios 5:25-26).

Amar y santificar a la esposa implica, entre otras cosas, interceder por ella en oración. Por eso, como varones cristianos, nuestra misión es clara: orar sin cesar por nuestra esposa e hijos.


¿Por qué cosas orar?

  • Que Dios los guarde de todo mal, peligros, accidentes, violencia.

  • Que reciban fuerzas y no se desanimen frente a las pruebas de la vida.

  • Que tengan salud y, si están enfermos, que el Señor los sane.

  • Que se cumpla la voluntad de Dios en sus vidas: que la esposa pueda realizarse como mujer, madre, sierva y profesional; y que los hijos crezcan “en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52).

  • Que permanezcan firmes en la fe, sin importar las circunstancias.

  • Que sean guardados de todo ataque espiritual del enemigo.


Un llamado urgente

Esposo y padre de familia: si aún no has asumido tu función sacerdotal, preséntate hoy delante de Dios y pídele que te ayude a ser el sacerdote de tu hogar.

Dios será glorificado, tu esposa e hijos estarán agradecidos, y tu matrimonio y familia serán fortalecidos.

Ritchie y Rosa Pugliese


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