VALE LA PENA LUCHAR POR TU MATRIMONIO

Por Ritchie y Rosa Pugliese

Es triste ver cómo se ha tergiversado el concepto de matrimonio y familia en una sociedad que sufre las consecuencias de una guerra encarnizada contra esta institución creada por Dios. Ante esta cruda realidad de la sociedad moderna, nos preguntamos: ¿vale la pena luchar por el matrimonio? ¿Cuál es el plan de Dios para el matrimonio?

En primer lugar, debemos afirmar que la familia es la piedra angular de la civilización humana, y la base esencial de la familia es un matrimonio sólido entre un hombre y una mujer (ver Génesis 2:24). De modo que, sin un matrimonio sólido, tampoco habrá familia.

Cuando el fundamento de la relación conyugal es fuerte y estable, la familia se beneficia y se fortalece. Precisamente por eso se ha desatado una guerra feroz contra el matrimonio y la familia, incitada por las fuerzas del mal (el diablo y sus demonios). Se trata de un intento despiadado de destruir la institución del matrimonio y, en consecuencia, la familia tradicional.

Esta guerra del mal se libra en varios frentes: el aumento del divorcio, la convivencia sin un compromiso formal, los encuentros sexuales libres o casuales, la aceptación de la conducta homosexual, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la ideología de género y la transexualidad, así como la lucha por el derecho al aborto.

Ahora bien, ¿por qué esta guerra encarnizada contra el matrimonio y la familia? Porque hay un propósito divino en esta institución. Dios estableció la unión matrimonial y la familia para que fueran un reflejo de su amor por la Iglesia, nosotros como el Cuerpo de Cristo (ver Efesios 5:25-33).

Nuestro Creador diseñó el sexo (ver Génesis 1:27; 2:18) como un medio puro mediante el cual los esposos se expresan amor y disfrutan de una intimidad mutuamente gratificante. Y, desde luego, como el canal para la concepción de hijos en una atmósfera de amor, armonía y paz (Génesis 1:28). Hay tanto en juego en la relación conyugal que debemos saber cómo luchar por nuestro matrimonio.

Por lo tanto, el matrimonio y la familia tienen un propósito espiritual que trasciende el aspecto sentimental. El designio divino es que los esposos formen una unión estable y duradera, que sea un testimonio fiel del amor de Dios. Cualquier relación sexual fuera de ese propósito degrada, corrompe y deshonra la relación familiar. El apóstol Pablo lo explica magistralmente:

“¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? ¡De ninguna manera! ¿O no saben que el que se une con una prostituta es hecho con ella un solo cuerpo? Porque dice: Los dos serán una sola carne. Pero el que se une con el Señor, un solo espíritu es. Huyan de la inmoralidad sexual. Cualquier otro pecado que el hombre cometa está fuera del cuerpo, pero el inmoral sexual peca contra su propio cuerpo. ¿O no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que mora en ustedes, el cual tienen de Dios, y que no son de ustedes? Pues han sido comprados por precio. Por tanto, glorifiquen a Dios en su cuerpo” (1 Corintios 6:15-20).

Puesto que el matrimonio y el sexo son creación de Dios, todo aquel que se aparte de su diseño sufrirá las graves consecuencias del pecado (ver Romanos 6:23). Lamentablemente, lo vemos reflejado en el alarmante incremento de divorcios y rupturas familiares, que llevan a muchos a dejar de luchar por su matrimonio y a hundirse en la depresión y la infelicidad.

Aunque los efectos difieren en gravedad, hay similitudes en el dolor que experimentan la mujer, el hombre y los hijos. Tras un divorcio, se pierde parte de la identidad de la pareja: dónde vivirá cada uno, a qué escuela asistirán los hijos, cómo se mantendrán las amistades y la relación con los familiares de la ex pareja. Si no se lucha por el matrimonio, la familia entera sufre una gran pérdida.

Las mujeres suelen enfrentar grandes dificultades económicas después del divorcio, ya que, al tener la custodia de los hijos, asumen la mayor parte de los gastos del hogar. La ansiedad extrema que experimentan debido a la separación puede manifestar síntomas físicos como náuseas, dolor de cabeza y otros síntomas hormonales recurrentes, además de angustia y preocupación excesivas, temor a estar y dormir solas y pesadillas (Medical News Today).

Los hombres tampoco quedan exentos. Son más propensos a recurrir al alcohol o las drogas para enfrentar la ansiedad tras un divorcio. Las investigaciones revelan que “el riesgo de suicidio en un hombre divorciado es 39% mayor que en un hombre casado, además de sufrir problemas de salud como cáncer, ataques cardíacos y accidentes cerebrovasculares” (Huffpost.com).

En cuanto a los hijos, la Encyclopedia on Early Childhood Development afirma: “Numerosos estudios han revelado que la separación y el divorcio de los padres están asociados con una serie de resultados negativos para niños pequeños y adolescentes. La separación o divorcio de los padres está vinculada a dificultades académicas como calificaciones más bajas, abandono prematuro de la escuela y mayores conductas nocivas. Los niños y adolescentes que experimentan el divorcio de sus padres también tienen índices más altos de cuadros depresivos, menor autoestima y angustia emocional” (Dr. Brian D’Onofrio, “Consequences of Separation/Divorce for Children”, 2011).

En conclusión, la ruptura matrimonial daña la salud física y emocional de la mujer, el hombre y los hijos, y afecta la relación entre padres e hijos en medio de la discordia, la falta de apoyo emocional y las dificultades financieras.

No obstante, los medios de comunicación continúan promoviendo la llamada “libertad sexual” en todas sus formas. Hoy se considera anticuado ser fiel a una sola persona en el matrimonio. Incluso se fomenta la poligamia y los encuentros sexuales libres o casuales, sin tomar en cuenta las consecuencias perniciosas que estas desviaciones tienen para las personas y la sociedad.

Ante esta cruda realidad, es nuestro deber como hijos de Dios saber cómo luchar por nuestro matrimonio; porque con un matrimonio sólido y estable aseguramos el bienestar de nuestra familia y reflejamos la amorosa relación de Dios con su Iglesia. Claro está, en casos de riesgo de vida lo más prudente es terminar la relación, pero aquí no nos enfocaremos en esas situaciones.

Existen muchos motivos que llevan al fracaso matrimonial, como detallamos en nuestro artículo Por qué fracasan los matrimonios. Sin embargo, la gran pregunta es: ¿cómo luchar por nuestro matrimonio en medio de una batalla tan encarnizada? Con las armas espirituales que Dios ha establecido en su Palabra. Armas que no son de este mundo, “sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas…” (2 Corintios 10:4-5).

Si bien hay acciones cotidianas que fortalecen la relación —como el amor, el respeto, la comprensión, la paciencia, la colaboración, el diálogo y el perdón—, en esta ocasión nos enfocaremos en las armas espirituales que destruyen las tácticas del enemigo, el diablo.


1. Oración, ayuno e intercesión

“Pidan, y se les dará. Busquen y hallarán. Llamen, y se les abrirá” (Mateo 7:7).
Este versículo describe tres niveles de oración:
a) la petición: “pidan, y se les dará”;
b) la comunión íntima con Dios: “busquen, y hallarán”;
c) la intercesión: “llamen, y se les abrirá”.

Además, hay circunstancias en las que, junto con la oración, es necesario el ayuno (ver Mateo 17:21; Marcos 9:29) para quebrar yugos y resistencias espirituales.


2. Alabanza y adoración

Fuimos creados para “alabanza de la gloria de su gracia” (Efesios 1:6). Alabar a Dios no solo exalta su nombre, sino que también produce poderosos beneficios.

Un ejemplo claro es el de Pablo y Silas: “A medianoche… cantaban himnos a Dios; y los presos los oían. Entonces sobrevino de repente un gran terremoto… al instante se abrieron todas las puertas, y las cadenas de todos se soltaron” (Hechos 16:25-26).

La alabanza rompe cadenas y abre puertas. Si los creyentes comprendiéramos este poder, cantaríamos al Señor cada día.


3. Decretos espirituales y confesión de las promesas de Dios

Además de leer y meditar en la Palabra, hay poder en confesar en voz alta las promesas de Dios (2 Corintios 4:13; 1 Pedro 4:11).

La Palabra es creativa: “Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz” (Génesis 1:3). Dios creó todo con su Palabra (ver Génesis 1:6, 9, 11, 14, 20, 24).

Cuando confesamos sus promesas, la Palabra se convierte en la espada del Espíritu (Efesios 6:17). ¡Ninguna fuerza del mal puede resistirla!


4. Autoridad espiritual

Podemos ejercer autoridad gracias a la obra de Cristo en la cruz. Jesús tiene toda potestad (Mateo 28:18); resucitó y está sentado a la diestra del Padre (Efesios 1:20).

La Biblia declara que “juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efesios 2:6). Desde esa posición tenemos autoridad para atar, reprender y echar fuera demonios que ataquen nuestro matrimonio (Marcos 16:17).


5. La sangre de Jesucristo

La sangre de Cristo es un arma poderosísima. El diablo no la soporta. En Apocalipsis 12:10-11 leemos: “… ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos… Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero”.

¡La sangre de Jesús vence al diablo!


Conclusión

Estimado amigo, no estás solo en la lucha por tu matrimonio: Dios mismo está a tu lado —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— y sus ángeles ministradores también te asisten (Hebreos 1:14).

No te conformes con la cruda realidad de la sociedad. ¡Vale la pena luchar por tu matrimonio!

“Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes [con las armas espirituales]…” (1 Pedro 5:8-9, énfasis añadido).


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