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RENDIR EL CARÁCTER A CRISTO: LA CLAVE DE LA ARMONÍA MATRIMONIAL
La incompatibilidad de caracteres es uno de los principales motivos de tensión, conflicto y peleas entre los cónyuges, y, sin duda, una excusa fácil para el divorcio. Por ello rendir el carácter a Cristo es la clave de la armonía matrimonial
Lamentablemente, a pesar de llevar años de casados, algunas parejas no logran encontrar un punto de acuerdo y entendimiento en cuestiones de carácter, lo cual constituye un requisito indispensable para cultivar un ambiente de paz en el hogar.
Ahora bien, Dios nos ha dado a cada uno un temperamento que nos define: una naturaleza innata compuesta por fortalezas y debilidades. El temperamento es de origen genético y, como tal, no puede modificarse. En cambio, el carácter es nuestro “yo” —que implica la mente, las emociones y la voluntad— y está conformado por nuestras experiencias, educación, creencias, etcétera. Por lo tanto, el carácter sí es modificable; se puede corregir, mejorar y perfeccionar con el paso del tiempo y, desde luego, con buena disposición. Finalmente, el temperamento, junto con el carácter, conforma nuestra personalidad, que es lo que los demás perciben: la manifestación externa de nuestro ser.
Debemos comprender que aceptar a Cristo como nuestro Salvador no es el final de la vida cristiana, sino el principio. El “nuevo nacimiento” marca el inicio de un proceso de transformación “hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, hasta ser un hombre [o mujer] de plena madurez, hasta la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13).
El cristiano maduro no dirá: “Así soy yo. Nací así y no puedo cambiar”. Esa excusa solo llevará a encontrar en la incompatibilidad de caracteres un motivo para el divorcio. En cambio, dirá: “Señor, cámbiame, transfórmame; ya no quiero ser igual. Ayúdame a reflejar, como en un espejo, tu gloria” (ver 2 Corintios 3:18).
Como ya hemos visto, Dios nos ha dado un temperamento con fortalezas y debilidades. Sin embargo, no quiere que nos dejemos dominar por nuestras debilidades, sino que manifestemos una vida llena del fruto del Espíritu que “es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23).
Muchos conflictos en la vida matrimonial se deben a problemas de carácter, que no son otra cosa que “falta de madurez”. Todo aquel que afirma ser “cristiano” debe reconocer sus errores y arrepentirse delante de Dios. En una de sus enseñanzas, Jesús señaló que la semilla debe morir para que dé fruto: “De cierto, de cierto les digo que, a menos que el grano de trigo caiga en la tierra y muera, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Juan 12:24).
Es decir, nuestro “yo” debe morir para dar lugar a la vida de Cristo; debemos menguar para que el Espíritu Santo crezca (ver Juan 3:30). Solo así la vida de Cristo puede prevalecer sobre nuestro carácter.
La voluntad de Dios es que todo varón y toda mujer busquen la armonía en su vida matrimonial, a pesar del temperamento, el carácter y la personalidad de cada uno. Sí, humanamente es muy difícil, pero no estamos solos, “el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad [de carácter]” (Romanos 8:26).
Después de años de consejería matrimonial y de haber visto la obra transformadora de Dios en la vida de muchos esposos y esposas que se humillaron y se dejaron moldear como barro en las manos del Alfarero divino, podemos decir, como el apóstol Pablo, que estamos convencidos de “que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).
Entonces, ¿qué dirás de ahora en adelante: “Así soy yo” o “Ya no quiero ser igual”?
Tú tienes la respuesta.
El Alfarero divino está esperando para moldearte a su imagen y semejanza.
Ritchie y Rosa Pugliese
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