LA FELICIDAD EN EL MATRIMONIO

La felicidad en el matrimonio…  Muchos creen que el propósito del matrimonio es ser feliz y hacer feliz al ser amado. Y no están del todo equivocados, porque la voluntad de Dios es que seamos felices en nuestra vida conyugal.

Sin embargo, en el matrimonio cristiano se conjugan magistralmente dos elementos: el propósito y el sentimiento. Con la palabra propósito, nos referimos al designio divino para el matrimonio. Y con la palabra sentimiento, nos referimos al estado de ánimo o estado afectivo de los cónyuges. Muy a menudo, las parejas pierden de vista el propósito del matrimonio y se enfocan en la desilusión por la expectativa de la felicidad no cumplida. Entonces, cuando la esperanza de felicidad se desvanece y la desilusión se levanta como un gigante, empiezan a echarse la culpa uno al otro, surgen conflictos y malentendidos y, finalmente, creen que se equivocaron, que no eran el uno para el otro y que ya no tiene sentido seguir luchando por su matrimonio.

Si acudimos a la fuente, la Palabra de Dios, vemos que en el primer capítulo de Génesis (RVA-2015), Dios dijo: “‘Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, y tenga dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo, el ganado, y en toda la tierra, y sobre todo animal que se desplaza sobre la tierra’” (v. 26). ¿Qué quiso decir Dios aquí? Dios creó a Adán y Eva para que gobernaran en su nombre y sometieran la historia bajo su autoridad. ¡Maravilloso!

De modo que el propósito del matrimonio es reflejar la imagen de Dios y ejercer dominio sobre la tierra. La Escritura sigue diciendo: “Creó, pues, Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó.  Dios los bendijo y les dijo: ‘Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra; sojúzguenla y tengan dominio…’” (vv. 27-28). El mandato divino fue que el hombre y la mujer se unieran en matrimonio, tuvieran hijos y poblaran la tierra. Y no solo eso, sino que también les dio autoridad para extender su reino en la tierra.

Ahora bien, tú dirás ¿y dónde queda la felicidad en todo esto? Si buscas la palabra felicidad en el diccionario de la Real Academia Española, encontrarás que uno de sus significados es: “Estado de grata satisfacción espiritual y física”. Fíjate que no dice que es la ausencia de problemas, aunque eso nos haga felices. Tampoco señala que es la combinación de situaciones afectivas, físicas y materiales que contribuyen a un estado de plena satisfacción. En cambio la define como una “grata satisfacción espiritual y física”.  Sin lugar a dudas, la felicidad es un regalo de Dios. Es el extraordinario beneficio de un matrimonio sólido, pero no es la meta.

La felicidad es la consecuencia natural de cumplir el plan de Dios para el matrimonio, que es ser un reflejo del amor de Cristo por la Iglesia, quien “se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25), y de extender el Reino de Dios en la tierra. La Palabra nos exhorta: “Honroso sea en todos el matrimonio” (Hebreos 13:4). De modo que cuando cumplimos este mandato divino y somos el testimonio vivo de un matrimonio íntegro y saludable que es de inspiración a otros, alcanzamos ese estado de plena satisfacción espiritual que nos hace felices.

Por eso es fundamental que conozcamos nuestro propósito como cónyuges cristianos. Todo matrimonio creyente debe saber que su misión es glorificar a Dios con su vida. Glorificar a Dios es manifestar el carácter de Cristo en nuestro hogar, de tal manera que sea como un perfume exquisito que invite a otros a anhelar la presencia de Jesús en su hogar. Desde luego que todos tenemos problemas y pasamos por dificultades e incluso conflictos que atentan contra la felicidad. Sin embargo, cuando tenemos gratitud cualquiera que sea la situación o cuando estamos dispuestos a humillarnos y pedir perdón en medio de los conflictos conyugales, glorificamos a Dios y somos un testimonio de la vida de Cristo en el hogar. La mejor manera de establecer el reino de Dios en la tierra es practicar los valores cristianos y los principios de la Palabra de Dios en nuestra propia vida y familia.

Ritchie y Rosa Pugliese

 


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