¿HASTA QUE LA MUERTE LOS SEPARE?

La mayoría de las parejas prometen ser fieles al pacto matrimonial “hasta que la muerte los separe”… o ¿hasta que lleguen los problemas?

Un artículo publicado por el sitio web de El Orden Mundial (OEM) señala: “El confinamiento al que dio lugar la pandemia ha provocado un nuevo repunte en las separaciones, parecido a los que suelen seguir a los periodos vacacionales de Semana Santa, Navidad o verano”. Tal como también ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial, cuando en Estados Unidos se registró el mayor pico de separaciones.

Las medidas de confinamiento sumado a la nueva modalidad de “home-office” (trabajar desde casa) y la escolarización de los hijos en el hogar afectaron la convivencia de la pareja.  Y no nos olvidemos de las obligaciones domésticas y la incertidumbre financiera que ambos cónyuges suelen compartir.

No obstante, si bien el número de divorcios a nivel global se ha disparado, el de matrimonios ha seguido una dinámica inversa, al desplomarse en un 50% en el mismo periodo. Parte de esa tendencia se debe a que varios países han legalizado el divorcio en tiempos relativamente recientes, pero también está muy relacionada con algunos cambios socioculturales que están transformando la forma en la que vivimos. Desdichadamente, el matrimonio genera cada vez más rechazo entre las nuevas generaciones, que prefieren optar por modelos de pareja y convivencia más flexibles y alejarse del modelo bíblico que Dios estableció desde la misma creación. “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24).

Aun así, en cuanto al crecimiento de la tasa de divorcios, hay tres factores principales, que contribuyen a la pareja a poner fin a su relación matrimonial. Estos son tres enemigos implacables de la felicidad matrimonial, que se repiten una y otra vez cualesquiera que sean las circunstancias, traen problemas sumamente destructivos que los cónyuges deben aprender a enfrentar.

  1. PROBLEMAS DE CARÁCTER

Quizás la excusa que más dan las parejas por la ruptura de su matrimonio es la “incompatibilidad de caracteres”. Lamentablemente, cuando surgen las diferencias entre los cónyuges, parecería que el divorcio es la solución más fácil. No obstante, muchos divorciados se han arrepentido de haber dado ese paso debido al dolor que la ruptura del vínculo matrimonial conlleva, una especie de luto que los ha sumido en la depresión y, en muchos casos, les ha traído afecciones de salud, tanto físicas como mentales. Además, han sufrido al ver la confusión e infelicidad de sus hijos, así como la de los padres y amigos de ambas familias. ¿Y qué se puede decir de Dios, quien dio origen al matrimonio?

Si Dios estableció que el matrimonio fuera una unión para toda la vida, ¿Por qué se disuelven tantos matrimonios? Tales rupturas no se producen de la noche a la mañana. Por lo general, hay señales de advertencia, que las parejas deberán atender si quieren cuidar su matrimonio.

El apóstol Pablo advierte a los corintios sobre la aflicción que forma parte del matrimonio: “Mas también si te casas, no pecas; y si la doncella se casa, no peca; pero los tales tendrán aflicción de la carne, y yo os la quisiera evitar” (1 Corintios 7:28). La aflicción a la que se refiere Pablo es producto de las diferencias de ambos cónyuges en cuando a su constitución mental y emocional y la crianza de cada uno. Además, en toda relación hay malentendidos y desacuerdos, que suscitan discusiones y distanciamiento entre los cónyuges.

El consejo bíblico a seguir es: “Enójense, pero no pequen; no se ponga el sol sobre su enojo” (Efesios 4:26). Sin dudas, el secreto del éxito de todo matrimonio es aprender a no irse a dormir sin antes resolver las diferencias, sin importar lo pequeñas que sean. Cuando los cónyuges disienten, cada uno debe “[ser] pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse” (Santiago 1:19), y tras escucharse atentamente, tal vez uno de los cónyuges o ambos vean la necesidad de pedir perdón “y [orar] unos por otros de manera que sean sanados” (Santiago 5:16). Confesar haber estado equivocado requiere humildad y valor, pero tratar las diferencias de este modo contribuirá a que la pareja resuelva sus conflictos y cultiven una relación comprensiva, que les permita aceptarse y disfrutar de la compañía mutua… a pesar de ser diferentes.

  1. PROBLEMAS EN LA INTIMIDAD SEXUAL

La sexualidad matrimonial es un arte que se aprende a través de los años. Dios, que creó al ser humano con la sexualidad propia de cada género (varón y mujer) para que pudieran satisfacerse sexualmente y obtener plenitud física y emocional. Sin embargo, son muchos los matrimonios que se divorcian por problemas sexuales.

Puede haber un sinnúmero de causas. Sin embargo, entre las más nocivas está el querer practicar lo que ven en las revistas, los libros, la televisión y las películas, donde la sexualidad solo sirve para la gratificación egoísta, y donde tanto al hombre como la mujer no son nada más que un objeto sexual.

Ya hemos visto que, desde la misma creación, Dios estableció que el hombre y la mujer se unan en “una sola carne” o se fundan en un solo ser (Génesis 2:24). Aquí vemos el propósito unitivo de la relación sexual. Sin embargo, también vemos que hay un propósito de procreación, por cuanto “Dios los bendijo y les dijo [al hombre y la mujer]: ‘Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra’” (Génesis 1:28). Dios diseñó el sexo para la concepción de los hijos como uno de los regalos más sublimes de Dios, el Creador, para la humanidad.

Sin embargo, Dios también diseñó el sexo para que los cónyuges disfruten y se satisfagan mutuamente tal como leemos en Proverbios 5: “Sea bendito tu manantial y alégrate con la mujer de tu juventud” (v. 8).

Ahora bien, el mundo se ha desviado del plan original de Dios al adquirir distintas prácticas inmorales (fiestas de swinger, o como hoy se dice tener sexo en trío o múltiples personas de cualquier género). Una terrible realidad que no dista mucho de la de la antigua Corinto, motivo por el cual el apóstol Pablo recomendó a los corintios “a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido” (1 Corintios 7:2).

De modo que, para evitar la tentación, el consejo bíblico es: “El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido” (1 Corintios 7:3). Estas palabras ponen el acento en dar, no en exigir. La intimidad física en el matrimonio solo es verdaderamente satisfactoria si cada cónyuge se interesa por el bien del otro. Por ejemplo, la Biblia manda a los hombres que traten a sus esposas “sabiamente” (1 Pedro 3:7). De modo que es posible que, si el hombre no trata a la esposa con amor y comprensión, la mujer no disfrute este aspecto de la vida conyugal y le cause rechazo.

Desde luego, habrá momentos en que la pareja evitará las relaciones sexuales por diferentes motivos personales, siempre y cuando “sea de acuerdo mutuo por algún tiempo, para que se dediquen a la oración y vuelvan a unirse en uno, para que no los tiente Satanás a causa de su incontinencia” (1 Corintios 7:5). Los cónyuges sabios cuidarán esta faceta de la relación conyugal si quieren preservar su matrimonio.

No queremos dejar de hacer una advertencia contra la “pornografía”, porque esta puede suscitar deseos inmundos o contrarios a la naturaleza que no agradan a Dios. Por favor, leer nuestro artículo: “El abismo sin fin de la pornografía”.

  1. PROBLEMAS FINANCIEROS

Las discusiones y peleas por las finanzas han dado muy buenos resultados al diablo, el máximo enemigo de la felicidad matrimonial. Muchísimas parejas han visto su relación deteriorarse a causa de la escasez, y los problemas financieros han acabado con su matrimonio.

Hoy día la expresión “contigo pan y cebolla” ha quedado en el olvido, y la presión financiera contamina y desgasta la vida conyugal.  Cuando la pareja experimenta escasez, falta de empleo y deudas, el matrimonio está en su punto más “vulnerable”. El ambiente del hogar se enrarece y comienza a predominar un clima de ansiedad y descontrol emocional que destruye la paz entre los cónyuges. Por eso los cónyuges deberán tomar medidas para administrar bien sus finanzas, tener un buen presupuesto y buscar otras fuentes de ingresos que ayuden a la economía del hogar. Recomendamos leer nuestro artículo “Problemas financieros, ¿quién no los tuvo alguna vez? Primera Parte” y “Segunda Parte“.

La buena noticia es que, con la ayuda de Dios, la dependencia del Espíritu Santo y un buen consejo bíblico de parte de líderes espirituales maduros, se pueden enfrentar y vencer a estos tres enemigos implacables de la felicidad matrimonial.

Cuando nos rendimos a los pies de Cristo y lo aceptamos como el Señor de nuestra vida, Él empieza a gobernarnos. Como dijo el apóstol Pablo “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20). Si Cristo vive en nosotros, ya no nos enfrentaremos en una lucha de poder con nuestro cónyuge; porque el poder le pertenece a Cristo, el Señor de nuestra vida. Además, “el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad” (Romanos 8:26). Él nos ayuda a ceder, a doblegar nuestro carácter, a limar asperezas, a perdonar, a buscar la armonía, a ser humildes, a ser mansos, a buscar el bien de nuestro cónyuge, a aceptarlo/a y respetarlo/a, a orar por él/ella… todos requisitos esenciales para lograr la unidad en el matrimonio y disfrutar de la vida conyugal, que Dios ha diseñado para el hombre y la mujer desde el principio de los tiempos.

El matrimonio tiene muchos enemigos, pero no estamos solos. Si somos hijos de Dios, Cristo vive en nosotros y tenemos un Sumo Sacerdote que puede “compadecerse de nuestras debilidades” (Hebreos 4:15) y “que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3:20).

Lucha por cumplir tu fidelidad al pacto matrimonial “hasta que la muerte los separe”. ¡Dios te dará la victoria!

Ritchie y Rosa Pugliese

 


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