POR QUÉ FRACASAN LOS MATRIMONIOS

¿Por qué fracasan los matrimonios? Hay diversos factores internos y externos que conspiran contra el matrimonio. Sin embargo, hoy queremos enfocarnos en una secuencia de sucesos engañosos, que si no se detecta a tiempo, puede terminar en el fracaso matrimonial.

Las estadísticas revelan, tristemente, una y otra vez la recurrencia del divorcio aun entre las parejas cristianas. En otro de nuestros artículos, ¿Hasta que la muerte los separe?, hemos mencionado un ensayo publicado por el sitio web de El Orden Mundial (OEM) que da a conocer la impactante realidad de la cantidad de matrimonios que no soportan la convivencia, la escasez financiera y otros problemas que mencionamos en nuestro artículo.

En nuestra práctica como mediadores y conciliadores matrimoniales, hemos notado una secuencia recurrente que, si no se detecta a tiempo, conduce al divorcio:

1. DESILUSIÓN: Después de un tiempo de convivencia, cuando la luna de miel se termina y empieza el trabajo y el ajetreo de la vida cotidiana, la mujer descubre que su marido no es el príncipe azul que tanto soñó, y el hombre descubre que su esposa no es la mujer perfecta que tanto esperó. Los cónyuges toman consciencia de que están casados con una persona de carne y hueso con defectos. (¡Como si ellos fueran perfectos!). Debemos tomar consciencia de que somos una obra en proceso, y “que el que comenzó en [nosotros] la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).

2. RECRIMINACIÓN: La desilusión comienza a debilitar la relación. Empiezan las discusiones por cualquier motivo y, en medio del intercambio de palabras y las discusiones acaloradas, los cónyuges se dicen cosas de modo irreflexivo como: “¡No sé cómo pude casarme con alguien como tú!”,  “¡Maldigo la hora que me enamoré de ti!”, etcétera. Expresiones como éstas son flechas venenosas, que penetran muy hondo y destruyen el amor que decían tenerse. “Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis” (Romanos 12:14).

3. CONFLICTOS NO RESUELTOS: Las discusiones son comunes y habituales en cualquier convivencia. Muchas veces, es saludable discutir los problemas y malentendidos y buscar una solución; siempre y cuando se haga con respeto y buena predisposición. Sin embargo, cuando no hay un reconocimiento mutuo de las fallas y los errores, se guarda rencor en el corazón y se levanta un muro de división sentimental y emocional entre los cónyuges. Por eso, la Palabra de Dios nos exhorta sabiamente, a que “no se ponga el sol sobre [nuestro] enojo” (Efesios 4:26).

4. FALTA DE RESPETO: Aquí se traspasan los límites mencionados anteriormente. La falta de respeto acompañada de palabras agresivas e hirientes lastiman y resienten la relación. En los casos más graves, la falta de respeto puede conducir al maltrato físico, y en esos casos es imposible seguir adelante con la relación matrimonial sin la ayuda de terceros, ya sea que se trate de consejeros espirituales o incluso, a veces, de las autoridades civiles. Para no llegar a este doloroso extremo, todo cónyuge sabio actuará conforme a la Palabra, que enseña: “la mujer respete a su marido” (Efesios 5:33) y “de igual manera, ustedes esposos, sean comprensivos en su vida conyugal, tratando cada uno a su esposa con respeto” (1 Pedro 3:7).

5. INCOMUNICACIÓN: En este punto, todavía viven juntos, pero ya están separados emocional y sentimentalmente. Los cónyuges han perdido el diálogo, sólo hablan para discutir. Siempre enseñamos a las parejas que buscan consejo, que no es malo disentir, pensar distinto o no estar de acuerdo en algo. El secreto es “disentir en amor”. ¿Parece una contradicción, verdad? Sin embargo, es posible, cuando Jesús es el centro de nuestra vida y todo lo que hacemos, decimos y pensamos fluye de su bendita presencia en nosotros. Sin embargo, debemos saber que “la muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos” (Proverbios 18:21). ¡Tengamos cuidado con nuestras palabras!

6. DESINTERÉS: A estas alturas, los cónyuges han perdido el interés el uno por el otro.  Cada uno vive por su lado. Tal vez todavía duermen juntos, pero hay una enorme división entre ellos. Aquí se ve al egocentrismo en su más alta expresión debido a que cada uno piensa sólo en su propia vida, en sus propios intereses, incluso en su propio sufrimiento. Sin embargo, la Palabra de Dios nos dice: “No se ocupen solo de sus propios intereses, sino también procuren interesarse en los demás” (Filipenses 2:4-5).

7. MENOSPRECIO: Si todavía no lo han hecho, el paso siguiente es empezar a comparar a tu cónyuge con otros (por lo general, más jóvenes, más bellos, más ricos, más famosos). Cuando esto sucede, se llega a la conclusión de que el hombre o la mujer que se tiene al lado no está a la altura de las expectativas. Finalmente, se descubre que “afuera” hay oportunidades de tener relación con otras parejas que superan las expectativas… al menos, a simple vista. Sin embargo, tengamos cuidado con el engaño del enemigo “para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones” (2 Corintios 2:11).

8. RECHAZO: Cuando ya comienzan a aceptar la idea de que quizás lo que necesitan es otro hombre u otra mujer. Entonces toman la determinación de buscar alguien que sí satisfaga sus expectativas y necesidades egoístas. Ahora empiezan a alejarse física, mental y emocionalmente del cónyuge. Ya no lo quieren ni ver. Sienten un verdadero rechazo. Lamentablemente, le han creído al diablo que “es mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8:44).

9. ADULTERIO: Cuando han caído en una relación ilícita, muchas veces, si hay hijos de por medio, los cónyuges siguen juntos “por el bien de los hijos”, aunque todos sabemos que así no se les hace ningún bien. Muchos tienen vergüenza de publicar su fracaso matrimonial y tratan de disimular y cubrir las apariencias; pero por dentro, viven un verdadero infierno. Otros rompen el vínculo conyugal incluso el vínculo con sus hijos. O peor aún, toman a los hijos como botín de guerra, y ya sabemos cómo sigue la historia. Todos sabemos que el séptimo mandamiento es una advertencia contra el adulterio (Éxodo 20:14). El apóstol Pablo amplía esta advertencia y señala: “Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca” (1 Corintios 6:18). La Palabra de Dios enseña que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, y que hemos sido comprados por precio; por eso debemos glorificar a Dios en nuestro cuerpo y nuestro espíritu (1 Corintios 6:9-20).

10. DIVORCIO: Con el tiempo, si no han reaccionado en ninguno de los puntos anteriores, los cónyuges deciden hacer público que su relación conyugal está disuelta y que iniciarán los trámites legales correspondientes para dar terminada su relación. Sin duda, es un momento muy doloroso, que se agrava cuando hay hijos y se deben dividir los bienes. Finalmente, terminaron por separar lo que Dios había unido (Mateo 19:6).

¿Por qué fracasan los matrimonios? La secuencia de sucesos engañosos descrita que hemos descrito es la que da lugar a la rutptura de muchos hogares de nuestra sociedad. Separaciones matrimoniales, divisiones conyugales y familiares. Hijos separados del padre e incluso de la madre. Familias destruidas. Lamentablemente, las artimañas del diablo dan resultado una y otra vez. Lo que comienza como una simple desilusión o un conflicto no resuelto, puede terminar en el mismo divorcio si los cónyuges no prestan atención a las señales de advertencia de la Palabra de Dios.

La buena noticia es que no importa en qué punto de esta secuencia destructiva te encuentres. La historia se puede revertir gracias a Aquél que tiene poder para resucitar a los muertos: Dios, el Creador.

El primer paso para la restauración matrimonial es volver a la Fuente: Jesucristo. Pedir consejo a líderes espirituales. Buscar ayuda de oración. E invitar la presencia del Espíritu Santo a tu vida, porque Él es el que convence de pecado, el que te muestra qué está mal en ti, el que te señala el camino hacia la bendición.

Que tu pregunta ¿por qué fracasan los matrimonios? se convierta en esta oración:

Señor Jesús, reconozco que mi matrimonio va rumbo a la destrucción. Te doy gracias por abrirme los ojos y darme cuenta de que necesito hacer algo para que las cosas no empeoren. Dame la fuerza y el valor para buscar ayuda antes que sea tarde. En este momento, te entrego y consagro mi matrimonio para que la presencia de tu Espíritu haga la obra de restauración que necesitamos. ¡Ayúdanos Señor!

Dios te bendiga.

Ritchie y Rosa Pugliese


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