Open/Close Menu Principios bíblicos para un matrimonio feliz y duradero

La relación matrimonial pasa por distintas etapas, que están determinadas por las circunstancias que atraviesan y el desarrollo personal de cada uno de los cónyuges.

Muchos se desaniman al ver que su matrimonio no es lo que esperaban. Sin embargo, conocer las distintas etapas de la vida matrimonial les ayudará a tener entendimiento y paciencia para enfrentar cada etapa conforme al diseño divino.

  1. ENAMORAMIENTO

Por lo general, las parejas se enamoran, comienzan una relación de noviazgo y después se casan, o al menos este debería ser el orden natural de toda relación de pareja. Muchos expresan: “Conocí al hombre o la mujer de mi vida”, (según sea el caso), y con esas palabras dan a entender que se enamoraron perdidamente.

En esta etapa, se sienten cautivados el uno por el otro; sienten mariposas en el estómago; quieren estar todo el tiempo juntos; sueñan con una relación de amor para siempre; están totalmente apasionados el uno por el otro; cada uno idealiza al otro; se podría decir que ninguno ve los defectos del otro. Él es un “príncipe azul” y ella es una “dulce princesa”.

Sin embargo, ¿se conocen realmente?

  1. CONOCIMIENTO

Una vez que contraen matrimonio, con el tiempo dejan ese estado de “encandilamiento” y empiezan a conocerse de verdad con sus virtudes y defectos. El “príncipe azul” deja de ser un príncipe y la “dulce princesa” ya no es tan dulce.

Todos sabemos bien que la convivencia trae desacuerdos, conflictos, desavenencias y discusiones, y nos abre los ojos a una realidad que, muchas veces, no queremos ver. Sin embargo, la pareja cristiana se abrirá a la presencia del Espíritu Santo para que desarrolle en cada uno su amor: “paciente… bondadoso… no envidioso ni jactancioso ni orgulloso. [Que] no se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor… no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:4-7).

Amar es conocer profundamente a la otra persona, y al conocerla, la acepto tal cual es y la amo en verdad.

¿Has invitado la presencia del Espíritu Santo a tu vida matrimonial?

Si no lo has hecho, hazlo ahora. No hace falta que digas nada especial; simplemente dile: “Espíritu Santo, te invito a mi vida y mi matrimonio. Toma control de mis emociones, mi carácter y mi mente de tal manera que pueda ser el esposo/la esposa que tú has diseñado. En el nombre de Jesús. Amén”.

  1. INTIMIDAD

“Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban” (Génesis 2:25).

En el relato bíblico, aún no había entrado el pecado a la humanidad, por lo que la primera pareja vivía en perfecta armonía y unidad, tanto con Dios, como entre ellos.

Lamentablemente, todos conocemos la historia y sabemos que el diablo sedujo a Eva y cayó en la trampa junto con Adán. Sin embargo, Dios había declarado: “Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24). Y así fue, aun después que sus ojos se abrieron y supieron que estaban desnudos, la disposición de Dios era que el hombre y la mujer fueran “uno” en la relación sexual. La Palabra de Dios no cambia por el pecado de los hombres.

Ahora bien, la intimidad va más allá del aspecto sexual. La verdadera intimidad en la pareja es integral: espíritu, alma y cuerpo.

Para que haya intimidad espiritual, es imprescindible que cada cónyuge cultive su propia intimidad con Dios y refleje la vida de Cristo y el fruto del espíritu, que es “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23). Solo así, cada cónyuge podrá compartir el fruto de su crecimiento personal, y la pareja se unirá cada vez más y disfrutará de una intimidad espiritual cada vez más profunda.

Cuando hablamos de sexualidad, es difícil pensar en otra cosa que no sea el aspecto físico. Sin embargo, la pareja cristiana debe desarrollar también la “intimidad del alma”. La práctica sexual que Dios diseñó está ligada al alma, es decir, a las emociones y los sentimientos, y, a su vez, a los pensamientos. Una vida sexual sana no comienza en la actividad sexual propiamente dicha, sino en lo que pensamos de nuestro cónyuge y lo que sentimos de nuestra relación con él/ella.

Aquí también podemos aplicar las palabras de Romanos 12:10 (NVI): “Ámense los unos a los otros con amor fraternal, respetándose y honrándose mutuamente”. Si este consejo es muy importante para nuestras relaciones interpersonales, ¡cuánto más para nuestro matrimonio! A pesar de llevar varios años de casados, muchos cónyuges aún no han madurado en esta área importante de la vida conyugal. Están juntos, pero no experimentan una verdadera intimidad afectiva.

Finalmente, llegamos a la intimidad sexual. Algunos han llegado a creer que el sexo nos aleja de Dios. ¡Nada más lejos de la verdad! ¿Cómo puede algo que Dios creó separarnos de Él? La Biblia está llena de pasajes que hablan del disfrute sexual de los esposos:

“Goza de la vida con la mujer que amas, todos los días de la vida que te son dados debajo del sol” (Eclesiastés 9:9:).

“Sea bendito tu manantial, y alégrate con la mujer de tu juventud, como cierva amada y graciosa gacela. Sus caricias te satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre” (Proverbios 5:18-19).

El apóstol Pablo incluso exhortó a los matrimonios de la iglesia de Corinto a no negarse “el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para [ocuparse] sosegadamente en la oración”, y les aconsejó que luego volvieran a “unirse”, para que no los tentara Satanás a causa de su incontinencia (1 Corintios 7:5).

Toda pareja cristiana que quiere tener una relación matrimonial sana y duradera debe escuchar el consejo del apóstol Pablo a los corintios para esta faceta tan importante de la vida conyugal. Desdichadamente, son muchos los que caen en adulterio porque uno de los cónyuges se niega a tener relaciones sexuales. Por tal motivo: “Cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido. El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer” (1 de Corintios 7:2-4).

Que el Señor les conceda estar unidos en espíritu, alma y cuerpo y disfrutar de esta maravillosa dádiva de Dios.

  1. AMISTAD

Un grupo de investigadores británicos hizo una encuesta entre cuatro mil participantes, a quienes les preguntaron qué era lo que más les gustaba de su relación conyugal. Y para sorpresa de muchos, la mayoría respondió: la amistad y el compañerismo. Contrario a la creencia popular, el sexo y la pasión no parece ser lo que más satisface a una pareja.

Es obvio que la pasión va menguando a medida que pasa el tiempo. Podríamos decir que la relación pasa por una transición, que los psicólogos denominan “estrés post romántico”. Según la teoría de Sternberg, en la relación de pareja se produce una transición entre el amor romántico y el amor consumado, mediante el cual la relación evoluciona de la pasión al compromiso, momento en el cual se produce dicho estrés.

Es en tal transición cuando el cerebro deja de producir esa química que despierta la pasión sexual por el otro. Sin embargo, eso no implica que las parejas dejen de amarse, sino que la clase de amor que se profesan evoluciona a un estado que han de aceptar y comprender como algo natural o, de lo contrario, pensarán que ya no están enamorados y optarán por cortar con la relación. Por cierto, ¡algo que el diablo sabe aprovechar muy bien!

En esta etapa se producen la mayoría de las rupturas matrimoniales, cuando en realidad es el momento preciso de intentar que la relación se solidifique y se una aún más. Como cristianos, tenemos herramientas bíblicas y la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida para lograrlo.

Muchas parejas se separan con la excusa de “falta de compatibilidad”. Sin embargo, hay muy pocos casos de verdadera incompatibilidad; según los estudios solo el 15 % de las parejas son incompatibles. El resto opta por el camino más fácil que es cortar con la relación. En cambio, la pareja cristiana buscará cultivar no solo el amor, “que es el vínculo perfecto” (Colosenses 3:14); sino también una genuina amistad.

En Proverbios 17:17 leemos: “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia”. Por tanto, la amistad sincera es un ingrediente esencial para toda pareja que quiera consolidar su relación y tener un matrimonio feliz, estable y duradero.  Según investigadores, “quienes consideran que su pareja es su mejor amigo alcanzan el doble de satisfacción junto a su pareja, en comparación con los demás”.

Por todo esto, podemos afirmar que el rol de la amistad en el matrimonio es indispensable para desarrollar confianza, consolidar la relación, lograr una sana convivencia y mantener el amor de pacto. No hay mayor satisfacción que saber que convivimos con alguien que nos ama, nos acepta, nos comprende y nos acompaña en esta travesía de la vida.

  1. ACEPTACIÓN

Según la ley de la atracción magnética, los polos opuestos se atraen. Y muchos lo aplican también a las relaciones de pareja. Sea mito o realidad, debemos comprender que cada cónyuge tiene una identidad propia determinada por su trasfondo, su vivencia familiar, su cultura, su educación y su temperamento, entre otras cosas. Todos somos diferentes, pero todos tenemos la misma necesidad: SENTIRNOS ACEPTADOS.

Muchos han sido rechazados desde niños o tal vez no han recibido amor de alguno de sus padres. Eso los ha hecho adoptar una personalidad defensiva ante cualquier atisbo de rechazo. Además de la experiencia que cada uno pudo haber tenido desde niño, nadie responde bien a la crítica, el juicio, la burla o el menosprecio. Tales actitudes solo alimentan un clima de malestar, enojo, peleas y resentimiento que al final terminan por dividir a la pareja.

Los cónyuges que quieren tener una relación fuerte y saludable, necesitan aceptar las diferencias que observan en el otro y entender que pueden usar tales diferencias para complementarse. De ese modo, cada uno aporta sus virtudes para el bien del otro.  Y las fortalezas de uno compensan las debilidades del otro.

Es imprescindible que cada cónyuge comprenda que los “defectos” que ve en su pareja, podrían no ser defectos. Es decir, que cada uno ve en el otro lo que “quiere ver” o lo que proyecta en el otro. Lo que para mí es un defecto que me molesta, para mi cónyuge puede ser una característica de su personalidad. Esa diferencia de percepción puede causar verdaderos problemas en la relación, si no trabajamos en ello.

Colosenses 3:12-13 (rvr2015) señala: “Por tanto —como escogidos de Dios, santos y amados— vístanse de profunda compasión, de benignidad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia;  soportándose los unos a los otros y perdonándose los unos a los otros, cuando alguien tenga queja del otro. De la manera que el Señor los perdonó, así también háganlo ustedes”.

Si queremos mantener la paz en nuestro hogar, debemos poner en práctica el consejo bíblico. Es recomendable que hablemos con sinceridad y humildad de las cosas que nos molestan mutuamente. Sin embargo, es importante que no pretendamos transformar a nuestro marido en el príncipe azul o a nuestra esposa en una dulce princesa. Eso sería tener una expectativa poco realista, que nos frustraría aún más, y terminaríamos por amargarnos y dañar la relación.

“Pero sobre todas estas cosas, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto. Y la paz de Cristo gobierne en su corazón… y sean agradecidos” (2 Colosenses 3:14-15). Recuerda que con la aceptación, viene la gratitud a Dios por el cónyuge que está a tu lado.

  1. ENTENDIMIENTO

“¿Pueden dos caminar juntos sin antes ponerse de acuerdo?” (Amos 3:3, nvi).

En respuesta a la pregunta bíblica, debemos decir que “no”: no pueden dos personas caminar juntas si no se ponen de acuerdo. Y tampoco pueden seguir juntos dos cónyuges si no llegan a un entendimiento.

Entenderse es mucho más que reconocer que somos diferentes y aceptar ese hecho; es tomar la determinación de hacer algo para comprender al otro y fortalecer la relación. Dice el sabio Salomón en el Eclesiastés: “El necio se cruza de brazos y se destruye a sí mismo” (4:5, DHH). Por lo tanto, es sabio esforzarse en llegar a un entendimiento y comprender al otro, si no queremos destruirnos a nosotros mismos y destruir nuestro matrimonio. Esto conlleva renunciar a nuestra manera de ver las cosas y a nuestro propio razonamiento por el bien de la pareja y la unidad conyugal.

El entendimiento no es resignación, sino comprensión. Es saber cómo se siente o qué le está pasando a nuestro cónyuge con solo mirarlo o escucharlo hablar. Es comprender el momento y la etapa de la vida que él/ella está atravesando. Es ponerse en el lugar del otro. En renunciar a nuestros propios intereses y deseos por el bien de la pareja y el hogar. En ese entendimiento, el matrimonio crece y madura y se crea un fuerte vínculo de unidad, que no solo bendice a los propios cónyuges sino también a los hijos.

No te cruces de brazos, sino esfuérzate en entender a tu cónyuge y acércate “confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:6). Toma la decisión de llegar a un entendimiento con tu cónyuge, y el Señor te dará la gracia para lograrlo.

  1. RECONOCIMIENTO Y VALORACIÓN

El reconocimiento y la valoración son necesidades innatas de todo ser humano. Desde niños, necesitamos que nuestros padres nos valoren y reconozcan por lo que somos y hacemos a fin de poder desarrollar una sana autoestima. Y como hombres y mujeres casados tenemos la misma necesidad de sentir que nuestro cónyuge nos valora y reconoce que somos importantes en su vida.

Es frecuente escuchar esta queja entre personas casadas. Por extraño que parezca, esta falta de reconocimiento y valoración, va distanciando a los cónyuges que callan su frustración hasta que ya es demasiado tarde.

Se suele decir que “no valoramos algo hasta que lo perdemos”. Damos por hecho que tenemos un hogar, una familia, una esposa o un esposo que está a nuestro lado. Muchas veces, no valoramos un plato de comida caliente, la ropa limpia, una bebida fresca que alguien se ocupó de comprar y poner en el refrigerador, un saludo de bienvenida o de despedida, alguien que nos espera en casa cuando llegamos… hasta que ya es demasiado tarde.

Sin embargo, ¡no tiene por qué ser así! Algunos dicen: “es que a mí no me valoraron de niño y ahora me resulta difícil valorar a los demás”. Aunque así fuera, podemos dejar nuestro pasado atrás, abrir nuestro corazón para que el Señor nos sane y aprender de nuestra experiencia para cambiar la historia… nuestra historia personal. Puedes aprender a valorar a tu cónyuge (y a cualquier persona), entrenarte en ello y seguir la instrucción del apóstol Pablo en Filipenses 4:8, quien te exhorta a pensar en “todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre, si hay virtud alguna, si hay algo que merece alabanza” en la vida de tu cónyuge.

Por lo general, vemos más fácilmente los defectos, las fallas y los errores del otro. Sin embargo, debemos hacernos el hábito de ver lo bueno: sus cualidades positivas, todo lo que hace, todo el esfuerzo que pone, su voluntad de hacer las cosas, etcétera.

Nuestro consejo es que no te fijes en cuán bien hace las cosas, sino en la intención con que las hace. Muchas veces el resultado no es tan bueno, pero tienes que valorar su intención. En vez de criticar y señalar siempre lo negativo en el otro, tus palabras de reconocimiento y valoración pueden ayudarlo a ser mejor persona cada día.

Finalmente, el reconocimiento es un acto de humildad que enriquece nuestra propia vida y nuestro matrimonio. Cuando reconocemos las virtudes, los dones, las habilidades y otras buenas cualidades de nuestro cónyuge, no solo edificamos su autoestima y su desarrollo personal; sino que también fortalecemos nuestro vínculo y unidad conyugal.

Valorar a nuestro cónyuge no es apreciar solo lo que ha logrado en la vida, sino también su persona, su presencia, su compañía. Es reconocer que nos complementamos uno al otro, incluso en las fortalezas y debilidades de cada uno, y que lo/a necesitamos. Es comprender que la vida sin él/ella está incompleta.

“Dijo además el SEÑOR Dios: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda idónea” (Génesis 2:18).

¡Gracias Dios, por crear el matrimonio!

  1. PLENITUD MATRIMONIAL

Leemos en el libro de Génesis que “Dios creó a los seres humanos a su propia imagen… hombre y mujer los creó” (1:27, NTV). Por lo tanto, la única manera de tener una vida plena es reflejar la imagen de Dios en cada área de nuestras vidas. ¡Vaya desafío!

Sin embargo, por más difícil que parezca, no estamos solos en esta lucha. Cuando aceptamos a Jesús como nuestro Salvador personal, somos santificados y perdonados gracias a su sangre derramada en la cruz del Calvario, y el Espíritu Santo viene a vivir en nuestro corazón. ¿Qué significa esto?

Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón, nos ayuda a comprender y practicar los principios bíblicos en nuestra vida diaria y a no dejarnos “llevar por los impulsos de la naturaleza pecaminosa” (Gálatas 5:16, ntv). Cuando el Espíritu Santo vive en nosotros, nuestra vida manifiesta su fruto que “es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23). Cuando el Espíritu Santo habita en nosotros, se contrista cuando pecamos (Efesios 4:30), y nos trae convicción de pecado para que confesemos nuestro pecado al Señor (1 Juan 1:9).

En fin, cuando el Espíritu Santo vive en nosotros, nos transforma de tal manera que podemos reflejar la imagen de nuestro Padre celestial aquí en la tierra y podemos tener paz con Él, con nuestro cónyuge y con todos nuestros semejantes.

Como ves, querido hermano, no estamos solos. El Señor nos envió al Consolador para enseñarnos todas las cosas (Juan 14:26). Y una de esas cosas es alcanzar un grado de madurez tal, que nos permita reflexionar en nuestros errores y malas actitudes, arrepentirnos, pedir perdón, buscar la armonía en el hogar (y en todas nuestras relaciones) y vivir en plenitud matrimonial.

Por lo tanto, no te desanimes ni te desesperes si no estás experimentando la vida matrimonial que siempre has soñado. Tal vez solo necesites abrirte al Espíritu Santo y permitir que trabaje en tu vida y en tu hogar así “como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4:18). ¡Vale la pena intentarlo!

Ritchie y Rosa Pugliese

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